jueves, 20 de enero de 2011

"Balada triste de trompeta"

 Crítica de Jordi Revert sobre esta película que ha conseguido 15 nominaciones para los Premios Goya.


Álex de la Iglesia firma su película más excesiva y brillante, una obra que intimida ya desde sus créditos y en la que la estética de lo grotesco encuentra su máxima expresión. Excelentes Carlos Areces y Antonio de la Torre.
Allá donde el cine de Álex de la Iglesia alcanza su cenit, dos fijaciones colisionan para dar los mejores resultados de un cineasta caracterizado, sobre todo, por su libertad en cada pasaje, cada fotograma. Por un lado, el empeño en recontar la historia de la España de las últimas décadas, recurriendo a una historiografía alternativa y sucia, dispuesta a desenterrar fantasmas y pulsiones de un relato oficial cuya andamiada habitual se levanta sobre la nostalgia —como bien señala mi compañero Miguel Ángel Delgado, encabezada por la serie “Cuéntame cómo pasó” (2001-)—. Por el otro, la dualidad monstruosa de sus protagonistas como definición del mundo que les concibió, esa necesidad de reconocer al Otro que emparenta al director vasco con Robert Mulligan, aquel que mejor supo airear los demonios de esa dicotomía.



 “Balada triste de trompeta” recupera ese choque entre la historia y sus monstruos que diera sus mejores resultados en “Muertos de risa” (Álex de la Iglesia, 1999), de la que ésta podría considerarse un corregido y aumentado que amplifica su esencia salvaje, brutal. Si en aquella Nino (Santiago Segura) y Bruno (El Gran Wyoming) significaban la crónica negra y desquiciada de una sociedad, en la nueva cinta de De la Iglesia, Javier/Payaso triste (Carlos Areces) y Sergio/Payaso tonto (Antonio de la Torre) abren sin concesiones la fosa común de un país traumatizado, en el que la cordura ya no es posible y sí la carnicería. Para el cineasta, la ficción es lugar para exorcismos generales y particulares, allí donde no existen las diferencias entre Lon Chaney, Francisco Franco y Ronald Reagan. Y es allí donde el circo se convierte en sinécdoque de una realidad desfigurada y alucinada a través de episodios insólitos: el asesinato de Carrero Blanco, la batalla a muerte en el Valle de los Caídos o Raphael cantando la emotiva Balada de la trompeta en la pantalla de un cine sumido en el caos.

De la Iglesia firma su película más excesiva y brillante, una obra que intimida desde sus créditos y desde la excelente banda sonora de Roque Baños. También, aquella en la que la estética de lo grotesco y la angulación de lo deforme encuentran su máxima expresión, su exacerbación hasta la ruptura en la escena final en las alturas, devorada por su propia ambición de clímax. Pero más allá de la forma frenética y desencajada, la verdadera radicalidad de la propuesta se halla en sus dos cabezas de cartel: unos Carlos Areces y Antonio de la Torre convincentemente instalados en la demencia y capaces de superar el corto recorrido de sus personajes en su transición a la locura.

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